Hay alguna prisión, dentro del alma de toda mujer que siempre quiere animarse a todo, abrirse al mundo y dejar algo atrás.
Se trata de un vacío, una búsqueda incesante de encontrar otra mitad, como si realmente estuviésemos incompletas.
Sentimos que necesitamos del hombre para resolver, para amar. Inclusive ellos mismos nos hacen creer que los necesitamos al mismo tiempo que se marchan de nuestras vidas.
Ahí es cuando, una vez más, somos conscientes de nuestro vacío que jamás se llenó del todo con su compañía.
De nuevo volvemos a caer en otro hombre, y así sucesivamente, hasta que un día nos miramos al espejo con odio y nos decimos: ”¿Qué estaré haciendo mal? Si hice todo para que me viera, para que me amara, para que me correspondiera”.
Reina, ahí yace tu problema: Jamás hiciste nada mal y eso mismo fue lo que provocó que se fuera. Las nenas buenas no se quieren ni a ellas mismas.
Tal vez, si estuvieras un poco loca, si dejases de buscar ser esa mujer de la revista y te animaras a hacer lo que te da tanto miedo te amarías al punto en el que, por consecuencia, vivirías rompiendo corazones.
Y como siempre sucede, por esas ironías de la vida, ya no te importaría ser tan amada (más bien, idealizada) ni aceptada.